Nuestros logros no se comparan con conocer a Cristo

Crecí en una iglesia en un contexto sumamente legalista, en la cual los reglamentos de vestimenta y juicios morales se valoraban por sobre la misma Biblia. Al tener suficiente edad, pensé que la mejor solución era alejarme de la iglesia, como respuesta al desgaste de tener que aparentar una moralidad superficial en la cual todos fingían ser “hermanos” pero nadie actuaba realmente de una forma transparente. Todas estas experiencias las sustituí trabajando en proyectos de ayuda social, activismo con jóvenes, y otros “logros” religiosos. En ninguno de los dos escenarios mi fin fue el pleno conocimiento de Cristo. Más bien era para ver cómo podía “ser” y “alcanzar” trofeos personales para impresionar a los demás y conseguir un poco de reconocimiento.

Mejor que las mejores actividades

A mi alrededor puedo ver un fenómeno común: la vida del líder cristiano se caracteriza por el activismo. Haciendo proyectos, planificando de la mejor manera cada actividad, y sumamente preocupado por la producción de los servicios, cultos o programas. “Que la multimedia esté a tiempo”, “que el sonido no tenga ruido”,  “que los músicos lleguen temprano”. Aun con la mejor de las intenciones, muchas veces está detrás el deseo de tener iglesias llenas de gente, de ser la iglesia influyente del momento. Pero dentro de las responsabilidades cotidianas olvidamos que el fin verdadero del liderazgo cristiano es seguir a Jesús. Aunque la producción o la forma en que trabajamos nuestros proyectos es importante, no es lo determinante.